
Editorial: Responsables de nosotros
La pandemia vuelve a instalarse como único motivo de noticia, debate y, lo que es más real, preocupación. El confinamiento, restrictivo per se, demostró la efectividad de las medidas salomónicas: menos problemas a menor libertad mal entendida. Sofoca e indigna la posibilidad de otra vuelta atrás que, si no llega, será por una cuestión de supervivencia: o morimos de COVID o lo hacemos de hambre.
Pero en medio de esta difícil disquisición política -sanidad o estabilidad económica- se cuela una responsabilidad individual. En este juego, como en el ‘Pío, pío, que yo no he sido’, el problema son siempre los demás. Jóvenes, locales de ocio nocturno o turismo han sido los grandes señalados del repunte que iba a existir.
El repunte es una muestra más de los llamados ‘picos económicos’: tras una gran caída hay un gran ascenso. Y viceversa. La vuelta a la actividad, rebautizada como nueva normalidad, imprime riesgo. Morimos porque vivimos.
Sin embargo, el paso del tiempo no ha de ser una excusa para la expansión «ninguneante» de una pandemia mundial. La responsabilidad recae en el individuo y así debe ser. La libertad bien entendida no pasará por la no creación de problemas sino por la conciencia del ser de evitar el daño a los demás. Tristemente las mascarillas, la distancia de seguridad y la solicitud de evitar excesos han sido ignorados por los creadores de problemas que son, en resumidas cuentas, aquellos a los que aplicarles las decisiones salomónicas debía ser una cuestión de imperativo categórico.